Francisco
y Lucio eran vecinos y vecinos sus huertos.
Lucio sembraba siempre su finca con semillas de su
semillero. Eran propias como lo fueron de su padre y de su abuelo y –decía- tan
suyas que un antepasado las recogió del cesto del Edén mientras se hacia el
universo.
Francisco
escuchaba atento a su vecino y sonreía muy , muy escéptico.
Francisco cada temporada dejaba que los jornaleros sembraran
diversas semillas en su abonada y cuidada tierra. Semillas iguales y diferentes
de diferentes cosechas. Cuando las plantitas empezaban a asomar tímidas,
pequeñas, les regaba y abonaba, les hablaba y las amaba y estas crecían
hermosas, variadas, fuertes y felices y les daban muchos frutos al bueno de
Francisco.
Lucio dejaba que sus
plantas crecieran sin más cuidados y estas se helaban en otoño y se acaloraban
en verano y crecían poco y daban frutos más chiquitos y menos tiempo. Y algunas
estaban mustias y tristes. A veces algunas eran más fuertes y otras, sin
saberlo Lucio, las había sembrado el viento. Y es que Francisco sabia que un
antepasado suyo muy viejo, muy, muy viejo, vio que en el cesto del Edén solo
había una semilla y mucho, mucho viento.
M.M.T 23-01-03. Santander