8/10/17

EL SEMILLERO DEL EDEN

Francisco y Lucio eran vecinos y vecinos sus huertos.
Ambos eran labradores y tenían buenas tierras y los dos estaban contentos con su trabajo.
Lucio sembraba siempre su finca con semillas de su semillero. Eran propias como lo fueron de su padre y de su abuelo y –decía- tan suyas que un antepasado las recogió del cesto del Edén mientras se hacia el universo.
Francisco escuchaba atento a su vecino y sonreía muy , muy escéptico.
Francisco cada temporada dejaba que los jornaleros sembraran diversas semillas en su abonada y cuidada tierra. Semillas iguales y diferentes de diferentes cosechas. Cuando las plantitas empezaban a asomar tímidas, pequeñas, les regaba y abonaba, les hablaba y las amaba y estas crecían hermosas, variadas, fuertes y felices y les daban muchos frutos al bueno de Francisco.
Lucio dejaba que sus plantas crecieran sin más cuidados y estas se helaban en otoño y se acaloraban en verano y crecían poco y daban frutos más chiquitos y menos tiempo. Y algunas estaban mustias y tristes. A veces algunas eran más fuertes y otras, sin saberlo Lucio, las había sembrado el viento. Y es que Francisco sabia que un antepasado suyo muy viejo, muy, muy viejo, vio que en el cesto del Edén solo había una semilla y mucho, mucho viento.
“La nobleza procede de la virtud no del nacimiento” (Epiatelo)

M.M.T       23-01-03. Santander



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